miércoles, 10 de noviembre de 2010
En la mente.
Las calles al anochecer se vuelven turbias y confusas.
La tenue luz de alguna farola ilumina el paraje tras el vendabal, enfundados en nuestros más gruesos abrigos andamos con velocidad con el deseo de llegar a casa.
Varios días soy consciente de tal episodio. Y acaba formandose tradicional
capto los sonidos en el ambiente y me conozco al vecino que pasea al perro tan tarde.
Apenas son unos minutos los que el frío me cala en los huesos, pero se hacen eternos ante mi maguyado cuerpo y mis contraídos músculos.
En la mente rondan pensamientos referentes a todo, a el día a la noche, a él y a ella.
A los gatos y a los vagabundos perros, a la música y al cine, transformandose en sueño que se difunde poco a poco hasta sacar las llaves de mi bolsillo abrir el portal. El ultimo humo blanco se escapa de mis labios a causa del frío, pero al entrar al pasillo se extingue. Mis pasos son ágiles, y con velocidad, ya que aún sonando patético mi portal me da miedo, siento que alguien va a estar esperando en el ascensor para atacarme.
Cuando llego, obviamente. Nadie.
Subo y pulso el botón, se cierran las puertas y empiezo a subir, de vez en cuando tarareo una canción, otras me voy desabrochando los zapatos.
Al llegar arriba abro la puerta, saludo, libro a mis piés de la opresión del calzado, me tumbo sobre la cama, y mañana será otro día.
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la rutina, esa a la que todos odiamos pero que sin ella no sabríamos qué es lo que hace que se rompa, no es tan malo tenerla, porque siempre tienes tiempo para fijarte en detalles que es difícil distinguir en cortos intervalos de tiempo, que bonitas palabras tulia. (:
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